Caudillos, referentes, capitanes. Líderes, imprescindibles, ídolos. Son todas palabras que definen a una raza de jugadores distintos. Por ascendencia, por personalidad, por categoría. O por alguna otra cuestión. Pero lo cierto es que son diferentes. Sobre ellos no pesa en los instantes cruciales el momento futbolístico que viven, el desempeño de los minutos previos ni el contexto en el que se está jugando. Siempre aparecen. Siempre dan el presente.
A esta casta de futbolístas pertenece Martín Palermo, como lo demostró en el Superclásico.
De flojo desempeño a lo largo del trascendental encuentro, a los 14 minutos del segundo tiempo recibió apenas afuera del área rival un pase desde la derecha de Rodrigo Palacio. Mientras todos -compañeros y contrarios- corrían desesperados, miraban nerviosos, a mil por hora, él la paró, se la acomodó para la zurda y, inmerso en un tiempo de una cadencia mucho más lenta que la de todo su alrededor, ubicó un gran tiro junto al palo derecho del arquero de River, Daniel Vega, que nada pudo hacer al respecto. 1-0.
A esta casta de futbolístas pertenece (también) Marcelo Gallardo, como lo demostró en el Superclásico.
Sin ninguna gravitación a lo largo del partido jugado en La Bombonera, hasta allí dueño de una mala performance, a los 23 minutos de la segunda etapa acomodó el balón a unos pocos metros del comienzo del área rival, con la barrera azul y amarilla interponiéndose entre él y la valla de Roberto Abbondanzieri, para ejecutar un tiro libre. A sus oídos llegaban gritos de compañeros indicándole vaya a saber qué cuestión, gritos llenos de chicanas de los rivales, gritos desde la tribuna. Gritos de todo tipo. Pero él no oyó ninguno. Sólo el de su interior. Le pegó a la pelota de tal forma que ella pasó por arriba del muro humano conformado por los jugadores xeneizes y se coló cerca del ángulo derecho del portero rival. 1-1. Resultado final.
El Muñeco hizo una sola muy bien: fue el gol de tiro librePalermo y Gallardo integran esa clase de jugadores. Ambos marcaron con maestría, con tranquilidad, con experiencia, el rumbo de un Boca-River deslucido, con muy poco fútbol, mucha marca y alguna pierna fuerte por demás. Ambos anotaron tantos que, por su belleza, merecieron pertenecer a un encuentro de otras características. Pero eso, el contexto de sus acciones, a ellos no les influye. Porque son caudillos, referentes, capitanes. Líderes, imprescindibles, ídolos. Como se los quiera llamar.
COLOR Y SONIDOLa calidad y la estética estuvieron ausentes -salvo por las dos excepciones ya relatadas- dentro de la cancha de Boca este domingo. Pero eso ya había sido compensado de antemano por un espectáculo que merece unos párrafos aparte: La expresión de las tribunas en la salida de los equipos al campo de juego.
En los espacios de público local, los globos azules y amarillos inundaban ese mar de gente antes del comienzo del encuentro, saltando y danzando como si supieran lo que se venía.
En tanto, los cerca de 4500 hinchas de River tenían, aproximadamente a razón de uno cada dos o tres personas, unos globos alargados blancos o rojos, que agitaban al ritmo de sus cánticos. Pero todo eso quedó soslayado a las 15.03. Fue el momento en el que ingresó a la cancha el conjunto local. Allí, la vibración que ya hacía sentir la estructura del estadio, se convirtió en un latido incontrolable.
Mientras todos saltaban y cantaban -los de Boca para alentar a sus jugadores mientras entraban, los de River para intentar hacerse escuchar pese a estar en inferioridad numérica por ser visitantes- una impresionante lluvia de papelitos azules y amarillos tapó el cielo, por esa hora algo nublado, al tiempo que explotaban una infinidad de bombas de estruendo y las tribunas se llenaban de una especie de humo azul y dorado.
Fueron unos tres minutos de un espectáculo visual y sonoro difícil de igualar. Emocionante para cualquiera: hincha xeneize, millonario o neutral. Cierto: la preocupación principal del fanático venía después, en el partido. Pero con ese show previo, ya una parte de la entrada estaba paga.
A esta casta de futbolístas pertenece Martín Palermo, como lo demostró en el Superclásico.
De flojo desempeño a lo largo del trascendental encuentro, a los 14 minutos del segundo tiempo recibió apenas afuera del área rival un pase desde la derecha de Rodrigo Palacio. Mientras todos -compañeros y contrarios- corrían desesperados, miraban nerviosos, a mil por hora, él la paró, se la acomodó para la zurda y, inmerso en un tiempo de una cadencia mucho más lenta que la de todo su alrededor, ubicó un gran tiro junto al palo derecho del arquero de River, Daniel Vega, que nada pudo hacer al respecto. 1-0.
A esta casta de futbolístas pertenece (también) Marcelo Gallardo, como lo demostró en el Superclásico.
Sin ninguna gravitación a lo largo del partido jugado en La Bombonera, hasta allí dueño de una mala performance, a los 23 minutos de la segunda etapa acomodó el balón a unos pocos metros del comienzo del área rival, con la barrera azul y amarilla interponiéndose entre él y la valla de Roberto Abbondanzieri, para ejecutar un tiro libre. A sus oídos llegaban gritos de compañeros indicándole vaya a saber qué cuestión, gritos llenos de chicanas de los rivales, gritos desde la tribuna. Gritos de todo tipo. Pero él no oyó ninguno. Sólo el de su interior. Le pegó a la pelota de tal forma que ella pasó por arriba del muro humano conformado por los jugadores xeneizes y se coló cerca del ángulo derecho del portero rival. 1-1. Resultado final.
El Muñeco hizo una sola muy bien: fue el gol de tiro librePalermo y Gallardo integran esa clase de jugadores. Ambos marcaron con maestría, con tranquilidad, con experiencia, el rumbo de un Boca-River deslucido, con muy poco fútbol, mucha marca y alguna pierna fuerte por demás. Ambos anotaron tantos que, por su belleza, merecieron pertenecer a un encuentro de otras características. Pero eso, el contexto de sus acciones, a ellos no les influye. Porque son caudillos, referentes, capitanes. Líderes, imprescindibles, ídolos. Como se los quiera llamar.
COLOR Y SONIDOLa calidad y la estética estuvieron ausentes -salvo por las dos excepciones ya relatadas- dentro de la cancha de Boca este domingo. Pero eso ya había sido compensado de antemano por un espectáculo que merece unos párrafos aparte: La expresión de las tribunas en la salida de los equipos al campo de juego.
En los espacios de público local, los globos azules y amarillos inundaban ese mar de gente antes del comienzo del encuentro, saltando y danzando como si supieran lo que se venía.
En tanto, los cerca de 4500 hinchas de River tenían, aproximadamente a razón de uno cada dos o tres personas, unos globos alargados blancos o rojos, que agitaban al ritmo de sus cánticos. Pero todo eso quedó soslayado a las 15.03. Fue el momento en el que ingresó a la cancha el conjunto local. Allí, la vibración que ya hacía sentir la estructura del estadio, se convirtió en un latido incontrolable.
Mientras todos saltaban y cantaban -los de Boca para alentar a sus jugadores mientras entraban, los de River para intentar hacerse escuchar pese a estar en inferioridad numérica por ser visitantes- una impresionante lluvia de papelitos azules y amarillos tapó el cielo, por esa hora algo nublado, al tiempo que explotaban una infinidad de bombas de estruendo y las tribunas se llenaban de una especie de humo azul y dorado.
Fueron unos tres minutos de un espectáculo visual y sonoro difícil de igualar. Emocionante para cualquiera: hincha xeneize, millonario o neutral. Cierto: la preocupación principal del fanático venía después, en el partido. Pero con ese show previo, ya una parte de la entrada estaba paga.
(fuente espn.com)